El sol entraba a raudales por la ventana, despertándome, me giré y le vi que seguía durmiendo plácidamente, le acaricié suavemente bajo las mantas, y cuando llegué a la entrepierna noté que estaba excitado.
Como nos habíamos entretenido hasta tarde esa noche, me di la vuelta y traté de seguir durmiendo, pero el instinto se apoderó de mi, y muy despacio, fui acariciándole el miembro, tratando de no despertarle aún. Él iba excitándose cada vez más y su respiración se agitaba, por lo que no pude resistirme y me metí debajo de las mantas.
Le bajé con cuidado el calzoncillo y, tomando su pene con mi mano, empecé a masturbarle lentamente y con mucho cuidado, fui haciendo círculos con mi lengua, apretándolo contra mis labios y poco a poco lo introduje en mi boca, subiendo y bajando lentamente. En ese momento se despertó, y mirándome sorprendido, fue a decir algo, pero lo único que hizo muy suspirar y volvió de cerrar los ojos, disfrutando del momento. Por lo que fui acelerando el ritmo, hasta que ya no pudo aguantar más, arrojó lejos las mantas, y me atrajo hacia él, besándome el cuello, quitándome el picardías y masturbándome desenfrenadamente.
Entonces, me puso de lado colocando sus piernas entre las mías, de modo que subió una de mis piernas contra su pecho y empezó a penetrarme profundamente, sin apenas contenerse, con un ritmo tan rápido e intenso que la cama crujía, enmudeciendo nuestros jadeos, hasta que juntos alcanzamos el orgasmo, quedando nuestros cuerpos sudorosos al sol.