18/4/14

Altos vuelos

Otro fin de semana deprimente estaba por venir, mi jefe había vuelto a mandarme a entrevistarme con otros posibles clientes, esta vez en Oslo. Llevaba ya tres meses llamándome de madrugada, obligándome a hacer la maleta en un segundo para tomar un vuelo que salia en tres horas a cualquier destino, ya que él estaba demasiado borracho o drogado para poder hacerlo. 

Al principio pensé que seria genial, ya que me encantaba conocer ciudades nuevas, y esto me permitía viajar varias veces al mes, pero al fin y al cabo, consistía en llegar al aeropuerto, recorrer calles hasta encontrar un hotel libre, cenar con el cliente y tratar de convencerle de repetir al día siguiente para que aceptase nuestras ofertas, lo que generalmente no pasaba, y volverme irritado al tercer día sin apenas haber tenido un respiro para hacer unas fotos. 

Por tanto, cuando recibí la llamada, metí un par de camisetas, algo de ropa interior, me puse la camisa, el traje y llamé al taxi. En el aeropuerto, mientras esperaba con la tarjeta de embarque en la mano, me decidí a que este viaje era otro fracaso, me plantaría contra mi jefe y trataría de rehacer mi vida en otro sitio. 

Media hora después, me senté en mi asiento dispuesto a tratar de entretenerme las 5 horas que tenia por delante hasta llegar a mi destino. Iba a empezar a leer en el e-book cuando mi mirada se posó sobre la azafata que estaba a mi lado; mientras explicaba las normas de seguridad, no podía dejar de mirar las largas piernas torneadas que asomaban por su minifalda azul; siguiendo hacia arriba, la camisa blanca abotonada dibujaba el contorno de sus pechos y su cintura, y para acabar el uniforme, un pañuelo rojo rodeaba su cuello. Llevaba el pelo moreno recogido en un moño, lo que remarcaba sus ojos azules y sus labios rojos. 

Traté de calmarme y concentrarme en la lectura, pero por mi cabeza no dejaban de pasar toda clase de imágenes y posturas. Miré el reloj y aun quedaban cuatro horas más de viaje, por lo que me aflojé la corbata y miré el paisaje por la ventana. Poco después pasaron con el carrito de comidas, y no se si por suerte o desdicha, la misma azafata lo llevaba. Al llegar a mi fila, el que estaba a mi lado pidió un café, por lo que sus pechos quedaron a escasos centímetros de mi cara mientras lo servía; y justo en ese momento una turbulencia sacudió el avión con la mala suerte de que cayó sobre mis pantalones, por lo que ella, avergonzada, tomó varias servilletas para tratar de quitarme la mancha cerca de mi entrepierna. 

Le dije que no se preocupara, que ya me limpiaba yo; ya que tenerla tan cerca y además frotándome tan cerca me estaba poniendo muchísimo y no quería que se diese cuenta. Ella aceptó pero con una sonrisa me dijo que ya me lo compensaría luego. Proseguí con la lectura y al poco rato apareció de nuevo la azafata y me trajo una cerveza, la cual disfruté a su salud. Cuando iba a usar la servilleta, vi que dentro estaba escrito: "siento mucho lo de la mancha, si tienes un momento, trataré de limpiarte mejor en el baño". 

Me quedé estupefacto al leerla, y con una sonrisa en los labios, esperé a que los compañeros de asiento se quedaran dormidos para encaminarme hacia el baño. Miré hacia la cabina y le hice un gesto a la azafata, la cual me guiñó un ojo y me indicó el baño de la cola. Entré y me eché agua en la cara para tratar de calmar mis nervios. Poco después golpearon suavemente la puerta con los nudillos y abrí el cerrojo para que entrase. 

En vano, le dije que no hacia falta que se preocupase, que llevaba otros pantalones en la maleta; pero ella, puso un dedo sobre mis labios para que callase y suavemente me empujó en el pecho para sentarme sobre la taza. Ella se sentó en mi regazo y me lanzó una lujuriosa mirada interrogadora; en ese momento ya no pude controlarme más y empecé a besarla con ahínco, jugando con su lengua, mientras desanudaba el pañuelo que cubría su cuello, dejándolo cerca por si después me hacia falta. Seguí deslizándome por su cuello mientras ella arrojaba mi chaqueta al suelo y comenzaba a quitarme la corbata. 

Uno a uno fui desabotonando su camisa, dejando entrever un sostén negro de encaje. Mi entrepierna amenazaba con romper los pantalones si ella seguía sentada encima; pero ella me retuvo de nuevo, desabrochando mi camisa, lo más lentamente posible. Después, bajó la cremallera de su minifalda, se puso de pie, dejándola resbalar y se agachó delante de mi, para según dijo, terminar la limpieza que había dejado a medias. 

Entonces, deslizó su mano presionando levemente mi entrepierna, lo que me cortó la respiración y empezó a desabrocharme lentamente el botón del pantalón, para dejarme sólo en los bóxer; se humedeció sus rojos labios con la lengua y comenzó a lamerme desde el ombligo mientras bajaba lentamente los calzoncillos, recorriendo toda la ingle hasta llegar a la base de mi miembro. En ese momento, tomándolo suavemente con la mano siguió recorriéndolo con su lengua hasta llegar a la punta y deslizarlo en el interior de su boca. La presión de sus labios y el jugueteo con su lengua iban a volverme loco si continuaba de esa manera. Ella, al oír como mi respiración se agitaba y se entrecortaba, tomó mi mano para que ella se excitase aún más; de modo que al contacto de mis dedos, los cuales no paraban de introducirse en su vagina, se iba humedeciendo cada vez más. 

En ese momento, la agarré de la cintura, izándola hasta dejarla de pie; y colocándome detrás de ella, besándo su espalda, y dirigí mi pene hacia su interior, introduciéndome lentamente. Coloqué mis manos sobre sus caderas, marcando un suave y profundo ritmo, disfrutando de sus nalgas chocando contra mi cuerpo. Ella, apoyada sobre la pared, fue acelerando el ritmo sobre mí, de forma que con cada penetración, sus pechos se balanceaban al compás y leves jadeos surgían desde nuestras bocas. De vez en cuando, estiraba una de mis manos para disfrutar una vez más de sus pechos y seguí acelerando. La pared del baño temblaba con cada una de las embestidas y nuestros cuerpos brillaban por el esfuerzo, hasta que ella dio un gemido suave y prolongado, que recorrió su cuerpo a la vez que yo me quedaba extasiado dentro de ella. 

Ella se dio media vuelta, me besó y me susurro que debería volver a cabina o la echarían en falta. Se empezó a vestir, a mi pesar, se puso los tacones y antes de marcharse, me dio un papel con la dirección del hotel donde se alojaría en Oslo. 

Me vestí sin prisa, con el recuerdo de su cuerpo cuerpo grabados a fuego en mi memoria. Sali y me recosté en el asiento, con una sonrisa entre los labios y el papel en la mano, pensado en la maravilla que me esperaba en Oslo.