3/9/15

La caricia del agua

Hacía tres meses que me había mudado a Barcelona y cada día era peor, no podría aguantar mucho más. Tenía un buen trabajo y un piso con unas vistas inmejorables, además de la cuidad, mi compañera de piso parecía una modelo. No se me podrá quitar de la cabeza la primera vez que la vi, inclinada sobre el fuego de la cocina, de espaldas, con un estrecha cintura y unos shorts vaqueros tan cortos, que dejaban ver parte de su firme trasero y unas largas piernas acabadas en tacones. Hola, la saludé, y ella se dio la vuelta, unos rizos azabaches rodeaban su tez morena, ojos oscuros y cálida sonrisa, aunque no pude evitar posar mi mirada sobre el gran escote que dejaba entrever una camiseta blanca ajustada.

Me era imposible concentrarme en el trabajo, pues cada vez que pasaba por delante de mi puerta, mi cabeza se giraba imantada y por ella no dejaban de solaparse imágenes en las que la llevaba a mi cama y recorría cada centímetro de su cuerpo. No sé como no me abalanzaba cada vez que ella comía un helado, veía recostada la tele en el sofá, o simplemente cuando sus pechos subían y bajaban mientras se lavaba los dientes. 

Ayer, mientras trataba de seguir la trama del libro que andaba leyendo, ella entró al baño y oí como abría el agua de la ducha. No pude evitar fijarme en que no había candado la puerta y empujado por el bulto que comenzaba a formarse bajo mis pantalones, me levanté y me dirigí hacia el baño.

Al llegar a la puerta, sacudí la cabeza y me dije que esto no estaba bien, que la dejase ducharse tranquila, pero al mismo tiempo, mi instinto quería que tirase la puerta abajo. Con cuidado, fui bajando el picaporte y entreabrí la puerta. Un sendero de ropa en el suelo se encaminaba hacia ella, y allí estaba, con los brazos levantados enjabonándose el pelo mientras el agua le acariciaba su bronceada piel. Ya no pude más y entré en el baño, cerrando la puerta tras de mí.

Hice más ruido del que esperaba y ella se giró y abrió los ojos desconcertada. -¿Se puede saber que estás haciendo aquí?

- Bueno, yo... - tartamudeé - sólo pretendía traerte una toalla, igual te la habías olvidado. 

- Ah, muy amable - me dijo sonriendo mientras su mirada se dirigía hacia la erección que la apuntaba y que ya no podían ocultar mis calzoncillos.

Intenté mirar hacia otro lado, y en ese momento, mis ojos se posaron en el consolador que yacía sobre el borde de la bañera. 

-  ¡Oh, vaya, me has pillado! - dijo con la sugerente sonrisa al seguir mi mirada-. ¿Vas a entrar o te vas a quedar ahí pasmado?

Entré en la ducha y observé detenidamente su cuerpo cubierto por miles de gotas de agua, el cual sobrepasaba todas las fantasías de imaginación. 

- Bueno, ya que estás aquí, ¿podrías enjabonarme la espalda? Siempre es complicado hacerlo una sola. 

Cogí el frasco de gel que me ofreció y empecé a enjabonar su cuello de cisne, masajeándolo suavemente siguiendo hacia su cintura, disfrutando de cada segundo de contacto de mis manos sobre su piel y con calma, seguí recorriendo su cuerpo hacia su ombligo. Ella separó los brazos, invitándome a seguir adelante. Mis manos llenaron de espuma sus redondos pechos, y cuando apreté sus pezones entre mis dedos, ella dejó escapar un gemido. Mi miembro estaba cada vez mas erecto por culpa del contacto de sus prietas nalgas contra mí, así que me acerqué más a ella y comencé a besar y mosdisquear su cuello, lo que provocó nuevos jadeos en ella. De modo que tomó mi mano de sus pechos y la dirigió hacia su cálida y aún más húmeda entrepierna. Tras recorrer su sexo, mis dedos se centraron en su clítoris, apretándolo suavemente entre el índice y el anular para continuar después dibujando círculos sobre él. Su respiración era cada vez más agitada, y deslicé dos dedos dentro de su vagina, lo que hizo que ella gimiera cada vez más alto y cuando mis dedos no podrían ir más rápido, finalmente, alcanzó el orgasmo mientras dejaba reposar su cabeza sobre mis hombros.

Poco después, ella se giró y tomando mi nuca con su mano, acercó mi boca hacia la suya, sus suaves labios se encontraban con los míos mientras nuestras lenguas se entrelazaban. Luego avanzó hacia mi oreja, mordisqueándola, siguiendo por el cuello hasta que se quedó de rodillas. Tomó mi pene entre sus manos y comenzó a masturbarme lentamente. Sus labios se posaron sobre la piel del escroto, y con cuidado, la tomó entre sus labios y tiró suavemente de ella, algo que nunca antes me habían hecho y que me excitó aún más. Después su lengua ascendió desde mis testículos hasta el glande, el cual poco después estaba rodeado por sus carnosos labios, y cuando lo introdujo entero en su boca, provocó que una ráfaga de placer me ascendiera por la espalda. Creía que me iba a volver loco cada vez que alzaba su mirada a la vez que introducía mi pene hasta su garganta. No hacía falta colocar mis manos en su cabeza para marcar el ritmo, ella parecía adivinar mis pensamientos, hasta que alcanzó tal velocidad, que no pude aguantar mucho más y eyaculé en su boca.

Ella ascendió y mirándome lascivamente, lamió una gota de semen que reposaba sobre sus labios. La agarré por la cintura y la atraje hacia mí, besándola intensamente mientras mis manos recorrían sus pechos, cadera y su culo. Ella respondió a mis besos y se apretó contra mí al notar cómo mi pene se volvía erecto en contacto con su vulva. La agarré por la cadera, poniéndola de cara a la pared, y ella se inclinó hacia adelante, dejándome vislumbrar su precioso trasero y su vagina que, tan húmeda, pedía a gritos ser penetrada.

Así pues, dirigí mi duro pene hacia ella y fui penetrándola muy despacio, saboreando la sensación de cómo su vagina se iba abriendo para mí. Ella arqueó la espalda cuando me introduje del todo en ella. Un suspiro de placer escapó de su boca, separó un poco más las piernas y apoyó sus manos contra la pared. A la vez que iba aumentando la velocidad de penetración, dirigí mis manos hacia sus bamboleantes y redondos pechos, apretando sus pezones, lo que hizo que emitiera un gemido aún más alto y más tarde, agarré sus caderas para acercarla aún más hacia mi cuerpo, de modo que cada embestida llegara hasta el fondo de su vagina. Mi cuerpo pedía más y tomé sus brazos, dirigiéndolos hacia atrás, disfrutando de los jadeos entrecortados que acompasaban mis embestidas. Mi pene estaba cada vez más tenso, y tras una embestida final, mi cabeza se quedó en blanco y me vertí en su interior, al mismo tiempo que su vagina que contraía y un gemido escapó de nuestras gargantas.

Las gotas de agua salpicaban nuestros cuerpos que se estremecían de placer, celosas de todos aquellos rincones que habíamos explorado.