Segunda colaboración de Rosa Negra:
Tres horas. Tres horas más. Solo me quedan tres horas para salir.
Tres horas y estaba desesperada. Aquella había sido la guardia más
larga de mi vida. Probablemente, porque el adjunto que me habían asignado era
el tío más caliente que había visto en toda mi vida. Tenía poco que ver con el
anterior, un señor cincuentón, serio, amargado y que hacía que cualquiera se
planteara la humanidad de los médicos.
Pero el doctor Santos no era así. Hablaba con tanta pasión de su
profesión que hacía que se me callera la baba solo con escucharle. Bueno,
escucharle y deleitarme con la visión maravillosa de su cuerpo atlético. Cuando
pasó por la puerta del despacho con una carpeta de papel y me hizo una seña con
la cabeza para que lo siguiera, resoplé. Con su pijama verde de quirófano,
ganaba un par de puntos en la escala de “lo más hot”. Llevaba un par de
botones, los de más arriba, desabrochados, dejando ver la parte superior de sus
pectorales, contorneando sus hombros anchos y tentando a saber que más se
ocultaba debajo.
Auscultó a la paciente y después me hizo un gesto para que lo imitara.
Negué con la cabeza al no sentir nada anómalo y, con una sonrisa, se situó
detrás de mí, guiándome para que escuchara en el lugar adecuado.
Su colonia, su olor masculino, me embargaron del todo. Sabía que me
estaba hablando, pero no podía entender nada. Asentí cuando comprendí que había
acabado de hablar y esperé, decepcionada a que se apartara, pero no lo hizo. Su
pecho continuó pegado a mi espalda, desde los hombros hasta el trasero. La
paciente hizo una pregunta y, entonces, dio un paso atrás, separándose de mí.
Respiré hondo, lamiéndome los labios para humedecerlos, y sentí su mirada
clavada en mi boca. Enrojecí al ver el ángulo que se formaba en sus pantalones.
- Ahora vendrá a ayudarla una enfermera- anunció el doctor Santos,
dejando la carpeta sobre la camilla. Me hizo una seña para que saliera, y
cuando los dos estuvimos en el pasillo, sus manos sujetaron mi cintura y me
empujaron bruscamente al consultorio vacío más próximo.
Alzó los ojos para mirarme de forma aprobadora y luego volvió a
besarme en la boca, de forma salvaje y ardiente. Me apreté más contra él,
sintiendo el bulto de su erección apretando contra mi vientre, su torso desnudo
ardiendo contra mis senos, libres del sostén cuando el doctor Santos tiró del
broche y lo dejó descuidadamente en el suelo. Sin dejar de besarme, me guió
hacia la camilla, obligándome a sentarme en ella con los muslos separados,
ocupando el espacio que quedaba entre ellos con su cuerpo.
Terminó de desvestirme rápidamente e hizo lo mismo con su ropa. Tenía
un cuerpazo aun más increíble de lo que había sospechado, con su erección
brillante y desafiante. Estaba tan caliente que solo con verlo pensé que
llegaría al orgasmo. Me penetró con fuerza, sin preámbulos, sin ternura, pero
fue lo más maravilloso que me había pasado nunca. Estaba tan mojada que entró
fácilmente en mí, ahogando un jadeo ahogado, mientras yo me mordía los labios
para no gritar de placer. Se movió rápidamente, succionando al tiempo mis
pezones hinchados, mordisqueando la piel a su alrededor mientras yo enterraba
las manos en su pelo, ya alborotado, y recorría su espalda, que se tensaba a
cada embestida. Una de sus manos se coló en el hueco entre nuestros cuerpos,
acariciando mi clítoris, y pensé que me moriría del placer en aquel mismo
instante.
Con un gemido ahogado, me apreté más contra su mano y contra él;
aceleró el ritmo hasta ser casi un tormento, se detuvo y volvió a empezar a
masturbarme, con más fuerza esta vez. Por un momento, los movimientos de sus
dedos y de su pene se compenetraron y todo pareció estallar a mi alrededor. Me
dejé caer hacia atrás, apoyando la espalda en la pared, mientras él se separaba
de mí y se sentaba en la silla, limpiándose el sudor de la frente.
- Ha sido una guardia interesante, doctora Ramos- susurró, con voz
grave-. Espero volver a verla pronto.
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